Mirando atrás, adiós Landabenburg. |
El pasado viernes puse fin a 7 meses, 1 semana y 1 día de trabajo en Landabenburg, bastante a mi pesar, pero ya saturado de una manera de funcionar que, pese a que lo he intentado, no va conmigo. Mira que, como buen eventual, he tragado sapos y culebras durante ese tiempo, y he intentado entender y asimilar el trabajo y ambiente de la fábrica pero, mientras lo que más valga en esa campa de Arazuri sean los coches, y no las personas, creo que no me volverán a ver el pelo.
Después de toda una dura semana (otra, si) aprendiéndome fases nuevas (el mes pasado fueron los alternadores en el Triebsatz, esta vez, en la MLD 2, poniéndo cajetines y ventanillas y un montón de cosas más a las puertas del Polo), mi paciencia llegó al límite impuesto por esa cosa tan difícil de medir llamada Dignidad.
Mis manos, el pasado viernes, destrozadas. |
Después de tener las manos reventadas (según el Dóctor Oroz, muy majo, tenía un clavo en la palma de la mano como las que le salen a Titín III, y un principio de tendinitis en el codo derecho) y saturado por llevar toda la mañana sólo en un puesto para el cuál todavía no estaba formado, le dije a mi mando, Elena, que me iba al médico para que me diese algo para el dolor, y que luego iba a pedir la cuenta porque, desde luego, en ese aprender a hostias que tanto gusta por ahí abajo, a mi ya no me iban a pillar más.
Y así ha sido. Miguel, el destacado de Montaje y Motores, y al que el asunto no le venía de nuevas, ha sido raudo y diligente a la hora de hacer su trabajo y, excepto la cita prometida con Víctor Irizar que queda pendiente (fue quién me hizo la entrevista de acceso y del que me quiero despedir personalmente), taquilla vaciada, papeles firmados, tarjeta devuelta y... otra vez en el paro.
Última comida, para gastar el saldo de la tarjeta de la Cantina. |
A lo largo de los próximos días (y ya veré de qué manera), iré relatando alguna que otra experiencia que merece la pena contar de las gentes de Landabenburg, sus métodos y lo que está experiencia laboral ha supuesto para mi. Dejo a grandes amigos (imposible enumeraros a todos, si, os echaré de menos) de los que ya me he despedido y con los que sé, me encontraré por la vida gustosamente. Y también grandes momentos y enseñanzas, no sólo para el trabajo, si no en la propia vida. Pero los 'otros' (esa sarna de gentes -no me atrevo ni a llamarles compañeros ni amigos- que medran por allí), ni una mísera pasta se merecen.
Y, ahora tal y como escribo esto, sólo tengo clara una cosa: no sé cómo ni de qué manera, pero el contenido de estos últimas entradas llegará, traducidas en perfecto alemán, a Wolfsburg para que alguién, si le le interesa, vea cómo se vive, trabaja y muere en Landabenburg.
Así que, Anmutung, compañero, Anmutung... nos seguimos leyendo unos días más ;o)